Los seres humanos somos la única especie viviente de la subfamilia
Homininae, al interior de la cual también se reconocen dos géneros más,
Ardipithecus y Australopithecus, ambos con varias especies que, al igual que
las especies extintas del género Homo, existieron y desaparecieron en el
transcurso de los últimos cuatro millones de años. Todas las especies de estos
tres géneros son llamadas homínidas de manera informal por la subfamilia a la
que se asignan
La evolución de los homínidos
puede ser representada a través de un árbol con muchas ramas que se van
bifurcando, algunas extinguiéndose por completo y otras evolucionando hasta
hace poco.
Se cree que el homínido más
antiguo conocido hasta el momento es el Sahelanthropus tchadensis el cual
habitaba el centro de África hace 6 Ma y se distingue de los grandes monos por
sus caninos relativamente pequeños y su caminar bípedo. Esta especie pertenece
a unas de las ramas iniciales del árbol por lo cual podría ser ancestro directo
del humano como también podría no serlo.
El ardipithecus ramidus
habito el este de África hace 4.4 Ma, caminaba erguido, media alrededor de 1.20
metros y tenía un pequeño cerebro de 350 cm cúbicos de volumen. Se le incluye
dentro del clado de los homínidos por su adopción al bipedismo y una reducción progresiva
del canino.
El género autralopithecus
Se conocen 5 especies de australopithecus
que vivieron entre los 4.2 a 2 Ma, algunos contemporáneos entre sí, otros contemporáneos
hasta con los primeros homos. Las especies más importantes de este géneros son Australopithecus
anamensis, Autralopithecus afarensis y Australopithecus africanus.
Los primeros restos de Australopithecus
anamensis se encontraron en dos estratos diferentes de una secuencia
que se hallan en la costa oeste del lago Turkana, en Kenia. El estrato inferior
fue datado radiométricamente en 4.17 a 4.12 Ma y el superior en 4.1 a 3.9 Ma.
Australopithecus afarensis, especie
famosa debido al hallazgo del esqueleto casi completo del espécimen conocido
como Lucy, encontrado en Etiopía, en rocas con una edad de 3.18 Ma y que fue
considerado, principalmente por la morfología de la cintura pélvica y la
posición del foramen occipital, como uno de los primeros fósiles que demuestran
que en nuestro linaje el desarrollo del bipedalismo fue un evento previo al
desarrollo de los grandes cerebros. El bipedalismo de la especie se comprobó
también con el hallazgo de la famosa secuencia de huellas de Laetoli, dejadas
sobre una ceniza volcánica datada radiométricamente en 3.6 Ma.
Los ejemplares de A. afarensis sólo
se han encontrado en el este de África, en sedimentos con edades de 4 a 2.5 Ma. A
partir de ellos se infiere que la altura de los individuos adultos variaba
entre 1 y 1.5 metros, el volumen cerebral entre 400 y 500 centímetros cúbicos,
la frente era baja y plana, la cara pronunciada, los arcos supraciliares
prominentes, los incisivos y caninos relativamente grandes, con un espacio
claro entre incisivos y caninos superiores y los molares de tamaño moderado. La proporción en el tamaño de las extremidades ya es más
parecida a la humana.
Australopithecus africanus habitaba
el sur de África hace 3 a 2.3 Ma, tenían una altura de 1.10 y 1.40 metros y
poseían una capacidad craneal de 400 a 500 centímetros cúbicos, dimensiones similares
a las de A. afarensis, de quien se diferencia por poseer una frente alta, cara
relativamente corta, arcos supraciliares menos prominentes, incisivos y caninos
pequeños, carece de un espacio entre incisivos y caninos superiores y presenta
molares grandes. En A. africanus el cráneo es más redondeado y las extremidades
anteriores son relativamente más largas, lo que da una apariencia menos simiesca
que la de A. afarensis.
El género Homo
Los hallazgos fósiles más antiguos de
individuos del género Homo ocurrieron en un yacimiento de la región de Olduvai,
en Tanzania, consistieron en diversos fragmentos esqueléticos de al menos tres
individuos que se hallaron asociados a diversas herramientas líticas y a restos
fragmentados de varias especies de vertebrados. Se dedujo que las herramientas
encontradas poseían características que sólo se podían atribuir a un homínido
con la “habilidad” de manipular dos objetos al mismo tiempo, en este caso dos
fragmentos de roca, golpeándolos con una técnica muy precisa, razón por la cual
nombraron a la especie Homo habilis.
Se reconocen dos tipos de poblaciones
de Homo habilis: una de individuos de talla pequeña, que se extendió a lo largo
del este y sur de África entre 2 y 1.6 Ma atrás; poseían una altura de
alrededor de 1 metro, capacidad craneal promedio de 575 centímetros cúbicos,
cara corta, nariz prominente y delgada, en comparación con australopitecinos,
sus molares eran estrechos y pequeños. El segundo tipo de H. habilis se
diferencia por su mayor talla, de hasta 1.50 metros de altura, mandíbulas muy
fuertes y molares muy altos; vivió hace 2.5 y 1.6 Ma atrás, es decir, aparece y
se desarrolla 500.000 años antes que la variedad pequeña, pero restringen su
distribución al este de África.
La especie Homo
neanderthalensis habitaba Europa y ciertas zonas de Asia occidental, la
especie surgió hace aproximadamente 120.000 años y se extinguió hace 30.000, un
periodo caracterizado por una serie de glaciaciones. Se sabe que tenían una pelvis ancha, extremidades cortas, tórax amplio,
cráneo alargado y amplio con una capacidad craneal promedio de 1.500 centímetros
cúbicos, grande en comparación con la del hombre moderno, los arcos
supraciliares prominentes, la frente baja e inclinada, la cara prominente y las
mandíbulas sin mentón.
Registros fósiles del Homo
sapiens encontrados en lo que hoy es Etiopía indican una edad de
200.000 años. Se les distinguió por presentar arcos supraciliares mucho
menos prominentes, cráneos más altos, cortos y redondeados, mandíbulas
inferiores más cortas, un mentón más desarrollado, y un esqueleto menos robusto
con huesos púbicos en sus caderas, las cuales son idénticas a las del humano moderno.
STEKOLSCHIK Gabriel. ¿De dónde venimos? EXm,
N° 56, 2014.
CARDENA Luis. De los primeros homínidos al homo
sapiens. Revista Colombiana de Bioética, vol. 8, num. 2, julio-diciembre, 2013,
pp. 49-63
Yeris Nicolás López
Yeris Nicolás López
No hay comentarios:
Publicar un comentario